El Censor
Estamos en octubre de 2012, en México D.F. Mientras el mundo fantasea con su fin, limpio a conciencia la casa, y me preparo para celebrar Samhain y el Día de Muertos al mismo tiempo. Una parte de mí sabe perfectamente que no hay contradicción en esto, pero a menudo no es fácil de explicar, así que guardo silencio al respecto. La casa en la que vivo está en una colonia de sombría reputación y carece de suelo, pero el altar se verá majestuoso presidido por la cornamenta de venado rescatada de la buhardilla de mi jefa hace sólo unos días, qué casualidad. La miro y me recuerda a Niño Roto, y me hace pensar cómo, a veces, me gustaría que me llevara al otro lado, aún más lejos.
Me encanta preparar el Altar de Muertos. Voy y vengo como una abeja, completamente entregada a la labor, olvidada de mí misma. Es como tener diez años otra vez, sólo que algo retorcidos por el curso de la vida. Salgo al mercado a por papel picado y flores de cempasúchil. Y de camino la veo por el rabillo del ojo, sobre una sábana vieja, entre un montón de baratijas, restos de producción y trastos de segunda o tercera mano. Dorada y sonriente sobre la flor de loto, cuatro brazos. No la puedo identificar, pero es sin duda una divinidad hindú. En ese momento no pienso, sino siento, que ése no es su lugar, que no debe estar allí, y lo siento prácticamente como una ofensa. Sigo caminando.
Vuelvo a buscarla. Finjo desinterés, y pronto la tengo en mis manos por un precio irrisorio. Es ligera, pero aún así un gran peso. Yo no creo en los dioses, no en el sentido en que otros lo hacen; los dioses para mí son algo distante que de vez en cuando nos observa con curiosidad… Y sin embargo, la figurilla despierta en mí una idolatría insospechada; me acosa la necesidad de darle un lugar de honor, de ofrecerle velas e inciensos, de contemplar en silencio su belleza.
Al mismo tiempo, me siento ridícula por ello.
Investigo, cómo no. Es una imagen de Lakshmi. Cada año, por estas fechas, en India celebra el festival Diwali, en cierto modo un año nuevo. Entre otras tradiciones, las amas de casa limpian sus hogares y preparan altares para recibir a Lakshmi con alfombras de flores, incienso y lamparillas. Pienso “Ok, también es nuestro año nuevo; tenemos aquí un altar fabuloso, con flores y velas que señalan el camino para recibir la Visita. Posiblemente es lo más cercano que encuentres a un hogar, y desde luego es mejor que la acera de la calle”.
Preparo para ella un pequeño altar aparte, no vayamos a mezclar más. Algo después, durante la celebración del 31 de octubre, recibo un mensaje muy claro que viene de ella: “Cruzarás un océano“. Me toma por sorpresa, lo interpreto como algo simbólico, por supuesto. Tres meses más tarde estoy bajando del avión; cargo con mi gato, el portátil y la figurilla de Lakshmi, de vuelta definitiva a Barcelona. He perdido todo lo que creía que era mi vida, estoy destrozada. Y aún así…
Sé, aunque a mi ego le cueste admitirlo y lo experimente a través de una terrible desolación, que yo tampoco estaba en el lugar más adecuado para mí. Que, a pesar de pretender que todo iba bien, vivía para trabajar y aún así costaba llegar a fin de mes, que nunca habría esfuerzo suficiente de mi parte para que aquella casa funcionara correctamente, que mi pareja estaba repartiendo su atención en mil asuntos, pero no en nuestros proyectos comunes – incluida nuestra relación -, y que todo aquello se robaba la energía que necesitaba para los propios, además de haber afectado muy seriamente a mi salud. (Aquí mis patrones, esto no ha pasado sólo una vez…).
De forma que, a pesar de la resistencia de mi ego, entiendo que lo que sea que anime a esa misteriosa figurilla, ha decidido hacer por mí lo que yo hice por ella, sacarme de donde estaba, llevarme a una vida mejor, por más que se sienta como una muerte.
***
En los meses que siguieron a mi regreso a Barcelona, viví una suerte de gozoso renacimiento, mi salud se reestableció como por arte de magia, me reencontré con viejos compañeros de viaje, conocí algunos nuevos, surgieron muchos proyectos, encontré algo parecido a un hogar y – lo más importante- amé y fui amada con una intensidad nunca antes conocida. Todo el proceso tuvo sus momentos de dificultad, sin embargo, muchas veces parecía increíble estar accediendo a cuotas de felicidad tan altas.
Ahora vamos a ver cuán fuerte puede ser la resistencia de nuestros egos. A pesar de que yo intuía qué se encuentra detrás de la imagen de Lakshmi, a pesar de haber llegado a vislumbrar aquello que confiere una absoluta coherencia a su presencia en mi vida, aquella presencia me pesaba. Me pesaba por un lado porque no soy hindú, y todos sabemos que la apropiación cultural es horrible. Pero sobretodo me pesaba porque uno de los proyectos que me esperaban en Barcelona era la coordinación regional de la Pagan Federation, lo que implicaba vincularme de forma participativa y pública al paganismo europeo, y si ya era complicado explicar que conectas Samhain y el Día de Muertos, esto ya era demasiado.
Algo realmente perverso en mí insistía en que tener a Lakshmi en casa era una licencia que, de cara al público, no podía pasar de la anécdota. Algo rematadamente retorcido en mí me señalaba con el dedo y me condenaba por adorar a dioses extranjeros, y me gritaba que, a pesar de haber sido una de las experiencias más mágicas de mi existencia, debía avergonzarme de aquello y esconderlo. Porque no era adecuado. Porque qué iban a pensar de mí, nadie te va a tomar en serio.
Esta vez hacía falta que nadie lo dijera, que ninguna persona representara el papel de censor. Para eso tengo a mi terrible Censor Interior, siempre dispuesto a hacerme callar, atarme y maltratarme sin miramientos. Le encanta repetirme lo poco que valgo, lo mal que lo hago todo, que nadie me va a entender, que no merezco nada, que soy una carga, un peligro, una vergüenza o un foco de caos para la gente que quiero; que mis cuestionamientos son impertinentes, mis deseos pecaminosos, mi presencia inadecuada… Que me castiga por mi bien porque es necesario corregirme, callar, comportarme como una buena chica. Sonreír y hacer fotos bonitas, en vez de salir a danzar como una loca con los demonios al otro lado de las fronteras de la tierra del confort.
Espero no morir antes de poder superar el poder que el Censor tiene sobre mí, y por lo pronto empiezo por escribir las historias que le gustaría callarme, y dejarlas correr por el mundo, para su absoluta desesperación.
Pero el caso aquí es cómo el Censor se alía con el ego y sus resistencias ante irrupción de la experiencia mágica en la vida real. El ego, la noción de la persona que queremos conservar como una máscara ante el mundo, dice algo así como: “Querida entidad/potencia más allá de mis límites ¿serías tan amable de manifestarte en una forma socialmente aceptable? Quiero decir, ¿podrías esforzarte un poco por encajar en los modelos de bueno/malo, bello/horrible, proporcionados por la tradición/corriente que he escogido seguir y que comparto con mis amigos/público? Es que… necesito poder hablar de tí sin comprometer la imagen que quiero proyectar en mi entorno, entiéndelo. Es súper importante para mí. Si no usas el uniforme que corresponde -como yo me esfuerzo tanto por hacer- tendré que silenciarte. Porque, ahora mismo, lo que me ofreces no conviene a mis intereses“.
Una de las cosas que más me sorprende de mi ego es cómo intenta que me sienta avergonzada de todo, pero hace este tipo de cosas realmente ridículas cada dos por tres sin pestañear. Sin entrar en la naturaleza de los dioses u otras entidades, todo aquel que trata con la magia se vincula con la misma materia de la que están hechos los sueños. La magia es una experiencia subjetiva, incluso cuando sus efectos puedan verse en el lado objetivo de la realidad. Y en el mundo subjetivo las formas son fluidas, y no existe una respuesta única, las reglas son otras, el tiempo no es lineal, etc. Si intento adaptar los contenidos de mis sueños a las conveniencias del discurso que mi ego quiere defender, es posible que pierda demasiado en la traducción, de hecho, es posible perder lo esencial de la experiencia. Si, además, lo hago en busca de la confirmación o la validación externas de esta experiencia, asumo que no me atrevo a aceptar mi propia Vida sin el permiso previo de cualquier otra persona.
Me resulta imposible fingir que no he crecido en Barcelona, en el siglo XX, que no he pasado la vida recopilando historias mitológicas, que he visto muchas películas y he leído más libros… Puedo soñar prácticamente cualquier cosa y que ésta tenga un significado importante para mí. Tengo sueños temáticos, absurdos, abstractos, sueños que parecen cuentos, sueños anodinos, sueños terribles, y todo tipo de personajes circulan por ellos, como invitaciones que mi alma lanza a la conciencia para invitarla a adentrarse en los territorios ocultos. Puedo trabajar con estos elementos como medicinas específicas para mis dolencias, dentro o fuera de las tradiciones de las que formo parte. Y mi experiencia me hace pensar que posiblemente no sea la única a la que se le presentan oportunidades, incluso soluciones, a las que el ego cierra la puerta antes de tiempo, simplemente porque no encajan con sus lineamientos o tiene miedo que le estropeen la foto.
Aquí sigue Lakshmi, en el significado ultraespecífico que tiene su presencia en mi vida en este momento. No está sola, por supuesto, teniendo en cuenta que la novedad de la temporada es una corte de demonios. También tenemos ponis, por cierto.